El domo del Palacio Nacional dominicano y Guido D’Alessandro Lombardi

La casa de Gobierno de la República Dominicana, el Palacio Nacional (1947), es sin dudas un ícono cultural en el país. Su fachada está en papel moneda, en líneas gráficas oficiales, en la prensa, en las fotos y grabaciones que cuentan la historia nacional reciente, y en aquellas que también cuentan nuestras historias individuales. Aunque fue construido e inaugurado en los años cuarenta, su materialización era un anhelo presente en los círculos de poder locales al menos desde los años veinte. Esto, a juzgar por declaraciones publicadas en la Memoria de la Secretaría de Estado de Fomento y Comunicaciones de 1924.

Como otros edificios públicos neoclásicos alrededor del mundo, la icónica entrada del Palacio es un pórtico que evoca un templo griego en su frontón o frontispicio, y está coronada por una singular estructura de base cilíndrica que domina el Santo Domingo de la época desde lo alto. Este objeto característico, que muchos llamamos domo, ha llegado al siglo XXI cargado de significado.

Héroe italiano condecorado

La tradición familiar cuenta que, para el autor del Palacio, el ingeniero italiano Guido D’Alessandro Lombardi, esta fue una de las partes más difíciles de construir. Su viuda, Carmen Tavárez, se lamentaba en vida al contar que la correcta ejecución del domo dejó lesiones permanentes en la salud de Guido, quien debía permanecer de pie e inmóvil muchas horas al día mirando hacia arriba, tomando medidas y proveyendo instrucciones al personal que construía.

Héroe italiano condecorado de la Primera Guerra Mundial, Guido sabía sacrificarse cuando había que hacerlo, pero los dolores de espalda y cuello supervisando el domo le recordaban que no era el mozo enérgico de antes. No obstante, haría lo que estuviera a su alcance para hacerlo bien. Era la pieza fundamental de ese gran proyecto, y una que se inspira en la obra de otros italianos.

Un gran valor simbólico

En el Palacio, lo que llamamos domo es más específicamente la combinación de tres partes: un segmento cilíndrico inferior o tambor rodeado de 16 columnas, un domo hemisférico o cúpula con nervaduras decorativas, y una pequeña torre superior llamada linterna.

A pesar de que las columnas del domo tienen una apariencia más bien toscana y no son pareadas, su proximidad tangencial al núcleo interior o cella, y su entablamento fragmentado guardan un paralelo con el domo de Miguel Ángel en la Basílica de San Pedro (siglos XVI-XVII), que además es nervado. El interior del domo del Palacio tiene en su base un anillo de friso dórico en el que se alternan triglifos y metopas.

Pero este recurso del vocabulario arquitectónico europeo, muy de moda en el Alto Renacimiento y el Neoclásico, tuvo su origen en una discreta intervención anterior a la Basílica de San Pedro, un encargo más bien de principios del siglo XVI. Fernando e Isabel de Castilla encomendaron a Donato Bramante el diseñar una pequeña capilla en el patio de un convento de Roma llamado San Pietro in Montorio, justo en el lugar donde se cree que el apóstol Pedro fue martirizado.

Pensando en la naturaleza sagrada del encargo, se cree que Bramante se inspiró en los antiguos templos romanos de base circular dedicados a la diosa Vesta (Summerson, 2001), haciendo algunas modificaciones originales. El resultado fue un edificio de base circular y orden dórico, lo último quizás por la sobriedad asociada a la masculinidad del apóstol. En la periferia, 16 columnas rodean un núcleo concéntrico (cella) que las sobrepasa en altura, cubierto por un domo hemisférico y coronado por una suerte de pináculo. Se lo llama comúnmente El Templete (Il Tempietto) de Bramante.

Poco tiempo después de su construcción en 1502, autores como Sebastiano Serlio y Andrea Palladio se hicieron eco de esta ingeniosa solución de espacio sagrado en sus publicaciones y proliferó la cultura de los «tempiettos» que coronan los grandes edificios occidentales desde el siglo XVI hasta iniciado el siglo XX. Si bien es cierto que los nabateos ya experimentaban empleando templos circulares romanos para coronar edificios en el siglo I a.C., el uso personalizado del artefacto de Bramante marcó un período único.

De este domo que vigila el Caribe y del Tempietto hay mucho más que hablar, pero si nos tuviéramos que quedar con algo fundamental, eso es que se trata de objetos sagrados, o al menos de gran valor simbólico por su origen. Por más de una razón, el domo del Palacio y todo aquel gran proyecto eran de enorme valor para Guido, y no se rendiría hasta cumplir, tal como lo había hecho en el frente austríaco mientras luchaba por Italia. Su hoja de servicio indica que fue herido en batalla dos veces antes de que la República Italiana le diera licenciamiento definitivo en 1919, condecorándolo con la Medalla Interaliada de la Victoria y la Medalla Conmemorativa de la Guerra Europea.

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